Deseas abrazar la pólvora que habita la bala,
y reconocer en su destello
una puerta hacia la eternidad.
Pero solo encuentras en tu lengua incontinente,
fluvial de metralla y plomo,
la ansiedad de convertir la insignificancia
en un Clásico que descienda sobre los colegios.
Entonces logras mirar por el agujero ciego del revólver,
la senda única por donde llegarás a la trascendencia,
sin duda innecesaria para los que te aman,
pero que es en ti urgencia vital de fuego roto.
Y te duermes mintiéndole a Satán descaradamente sus promesas,
esas que te refugian de cualquier identidad del miedo,
y que te cobijan en la certeza de un destino
que sabemos nunca alcanzarás.
Ronald Harris
13 de julio de 2011
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