miércoles, 23 de noviembre de 2011

Otro día sin atardecer

Te equilibras hasta llegar a la oficina respirando profundo en los semáforos, dejando que el hedor del tapiz te inunde unos segundos; eres hombre y llorar no tiene sentido. Caminas por la entrada sin mirar a nadie; saber que eres distinto no ayuda. Tomas lugar en el espacio reservado a tus rutinas y esperas que las cosas continúen. Bajas los correos y anhelas el café, como cualquier perro cuando presiente a su amo. La mañana sucede, resolviendo cosas inútiles y productivas para alguien inexistente. Sin embargo, logras un poco de paz en ello, así como un gramo más de nausea sobre tus pasos. Vas por el premio a medio día; consumir en las plazas ya no es como antes. Te pierdes entre las calles circundantes por un rato, pensando que será de ti, y de tus apetitos, y de las cuentas que cada vez te importan menos, y de la abuela que no para de agonizar, y de mamá al borde del abismo, y del hijo que dibuja con crayones esta puta culpa que no quieres mirar a los ojos. Pero ya es hora de regresar. Hay varias tareas que te esperan para salvar otro día sin atardecer, otro día que cae a la noche más rotunda, sin una fiesta de color que recordar hasta mañana.



Ronald Harris
18 de Junio de 2009

domingo, 6 de noviembre de 2011

Cadenas y cetáceos

A quién llama tu silbido tan dolorosamente propicio. Huyen sombras y líneas de un sol equívoco te trazan apenas bajo los caracoles, atrapada en la succión de tus estrellas y los navíos que remotamente te apuñalan. A qué llorar el maremoto desproporcionado de mi sueño, si me vigilas y lo sé, y soy tan tuyo cuando me cantas, cuando te veo cruzar la oscuridad rotunda y pavorosa, abrazada a las mismas olas que me dividen tan profundamente. Entre los dientes atesoro tu sal, como un canto febril y submarino. Tú te vas en el espectro que dibujo, mientras te buscan las aves que no devoró la noche. Yo elevo las anclas y te sigo, encadenado como Ismael a tu corazón.