Te equilibras hasta llegar a la oficina respirando profundo en los semáforos, dejando que el hedor del tapiz te inunde unos segundos; eres hombre y llorar no tiene sentido. Caminas por la entrada sin mirar a nadie; saber que eres distinto no ayuda. Tomas lugar en el espacio reservado a tus rutinas y esperas que las cosas continúen. Bajas los correos y anhelas el café, como cualquier perro cuando presiente a su amo. La mañana sucede, resolviendo cosas inútiles y productivas para alguien inexistente. Sin embargo, logras un poco de paz en ello, así como un gramo más de nausea sobre tus pasos. Vas por el premio a medio día; consumir en las plazas ya no es como antes. Te pierdes entre las calles circundantes por un rato, pensando que será de ti, y de tus apetitos, y de las cuentas que cada vez te importan menos, y de la abuela que no para de agonizar, y de mamá al borde del abismo, y del hijo que dibuja con crayones esta puta culpa que no quieres mirar a los ojos. Pero ya es hora de regresar. Hay varias tareas que te esperan para salvar otro día sin atardecer, otro día que cae a la noche más rotunda, sin una fiesta de color que recordar hasta mañana.
Ronald Harris
18 de Junio de 2009
Observo segmentos de código que mienten. Algoritmos que se suicidan buscando un alma. Un cúmulo de ceros que representan realidades irremediables y de un extraño modo, conocidas.
miércoles, 23 de noviembre de 2011
domingo, 6 de noviembre de 2011
Cadenas y cetáceos
A quién llama tu silbido tan dolorosamente propicio. Huyen sombras y líneas de un sol equívoco te trazan apenas bajo los caracoles, atrapada en la succión de tus estrellas y los navíos que remotamente te apuñalan. A qué llorar el maremoto desproporcionado de mi sueño, si me vigilas y lo sé, y soy tan tuyo cuando me cantas, cuando te veo cruzar la oscuridad rotunda y pavorosa, abrazada a las mismas olas que me dividen tan profundamente. Entre los dientes atesoro tu sal, como un canto febril y submarino. Tú te vas en el espectro que dibujo, mientras te buscan las aves que no devoró la noche. Yo elevo las anclas y te sigo, encadenado como Ismael a tu corazón.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)