lunes, 3 de julio de 2017

Pecados Capitales

Lujuria
¿Soñarán acaso, los ángeles eunucos (cuando les tocas el ala austera e irreflexivamente, ellos abrazan tus piernas de dios suaves y poderosas, como el tronco de un árbol visceral donde la hiedra sustenta su desidia), con la tibia savia de tu sexo Señor?

Ira
¿Y qué harás cuando te pregunte por el azufre incandescente de tu llanto, ese que sólo la mujer de Lot alcanzó a ver, antes que la primitiva sal de tu ira saciase el pueril argumento
de su inocente curiosidad?

Soberbia
¿Qué nombre dar al dantesco escenario de tus tardes (esas irrepetibles e inolvidables tardes), cuando tu espíritu de artista universal, de megalómano de la nostalgia pura, se deja caer sobre los tristes hombros de este miserable humano que soy; apenas ojo que se sobrecoge ante un cielo que se muere?

Gula
¿Después de qué innoble clavo tu apetito sangriento se vio saciado de la sangre aquella que fue tuya? ¿O no fue sino hasta la lanza, que de agua bañó la tierra oscura, cuando tus ojos se cerraron de placer, sabiendo que tu hambre jamás padeció de esa extraña enfermedad
que es el remordimiento?

Pereza
Y cuando duermes, echado sobre las cabezas inconscientes de tus arcángeles alabastrinos,
retozando la eternidad de tus costillas, rascándote el ombligo lleno de constelaciones;
¿sueñas Señor con la catástrofe que tus hijos habitan a diario, esperando ese prometido retorno al paraíso aquel que ostentas como jardín, y que sin inquilinos dormita en el mismo tiempo sin sorpresas de tu aparatosa solemnidad?

Codicia
De los poderosos, que hoy se descuelgan cuales profetas, promoviendo igualdad entre los iguales, enarbolando en su tótem personal un humanismo que desboca en la mentira;
¿no eres Tú el más pleno de bondades, el que más tiene en la tierra y en el cielo? ¿No eres Tú acaso, dueño de mi alma, y del alma de todos estos que no ven más destino que una privilegiada posición a la diestra de un Amo que no les reconoce, sino hasta que ya no le pertenecen?

Envidia
¿Y qué será de nosotros Señor, cuándo, mirándote a los ojos en trágico gesto, vea por fin en Ti, justo al fondo de tus grotescas pupilas, la máscara infeliz que me protege de saber, por ahora, que la envidia es solamente en mí?

Ronald Harris

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