Dios bendijo tus cadenas de princesa porno, de
cenicienta de prostíbulo. Dios te montó con su espada de tinieblas, y te dio el
nombre que hoy nos multiplica en los burdeles de tu alma. Y al tocarte entendí
la primera proporción del vacío: tu garganta alojando a un ser extraño. Al
tocarte me di cuenta, que solo somos sombras acudiendo al llamado de la carne,
fantasmas que retornan a la realidad cuando los convoca la lujuria, espectros
alojados en ese espacio abisal oculto tras el pubis. Aun así ven y enciende la lámpara
genital que arderá por nosotros toda esta cruel y larga noche. Ven y deja como
prenda el estigma de tus senos que brillan como astros desdichados. Ven y grita
lo que nos queda por decir, con las manos, con la lengua, con las uñas, con los
dientes, con las venas engrosadas de placer y soledad; las acariciaré
suavemente hasta que te duermas sobre mí, hasta que te abandones en mi pecho
mientras mi corazón te abraza los oídos, mientras el calor de mi cuerpo de
hombre te proclama diosa y ofrenda, y mis ojos apenas abiertos vean como
desapareces hecha milagro, justo antes del amanecer.
Ronald
Harris
11 de Octubre
de 2013
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