Acceder a esa parte del alma que todo lo puede, que todo lo
perdona. Acceder al amor que trasciende la carne, el deseo, la necesidad.
Tareas de santo que arruinan el ego más viril. Divinas tareas para un dios
pobre, un dios vagabundo que todo lo soporta. El asceta que habita en mí, que
duerme en su manta acurrucado en la orilla, esperando despertar. Ese oscuro
monje con su puñal de amor que me empobrece. Lo que alguna vez fue poesía en
mí, y que hoy no es más que este dulce abandono en la alegría de olvidar.
Ronald Harris
7 de enero 2015
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